Aquella tarde de octubre, el viento soplaba de manera amenazadora sobre las pequeñas casas y locales de la villa de Bridgetown. Sally Kelseys se encontraba mirando fijamente detrás del aparador de aquella minúscula tienda de antigüedades, la forma en que revoloteaban las hojas sueltas de los árboles. Se encontraba ida en ese momento; pensando o soñando, o quizás sujeta solamente en ese escenario trivial que se vivía en la villa. Todos los días eran iguales; era el tercer mes de insufrible viento desde que Damian Johnson había marchado de la villa para buscar a su padre en la ciudad, tras haber sufrido un accidente automovilístico en la carretera 270 Apple.
Sally pensaba que volvería a verlo. Era una promesa que se habían hecho sentados fuera de la tienda. Fue el último día en que se vieron, siendo triste la partida pero no funesta, le había dejado un carrusel de plata como muestra de su regreso lo más pronto posible, y se casarían en la capilla Saint-Bartolomé. Cada vez que veía el carrusel recordaba las últimas palabras de Damian antes de marcharse a la ciudad.
-Sally, no tardaré nada. Volveré lo más pronto posible de la ciudad y cuando esté de regreso nos casaremos en la capilla Saint-Bartolomé.
Ese fue el momento en que le dejo el carrusel de plata. Aquel juguete tan bello, de colores brillantes que deslumbraba entre todas las demás reliquias de la tienda. Sally lo había dejado ahí para contemplarlo y recordar a su novio mientras no llegara algún cliente al cual servir.
Resulta un poco extraña la forma en que Sally y Damian se conocieron; un jueves en la tarde, el diecisiete de abril de 1871. Sally había cerrado la tienda de antigüedades temprano para dirigirse con su amiga Mariam Hoult a la boutique “Ah l’ amour” para comprar su vestido de bodas.
-Sally, sólo será por un momento, después regresarás a la tienda a acomodar las nuevas reliquias que trajeron de la India.
Se decía para si, en realidad, no le gustaba la idea de dejar de trabajar y mucho menos la idea de ver a su mejor amiga luciendo un vestido de bodas.
- Ojala nunca me vea yo así, el sólo hecho de pensarlo me horroriza. El matrimonio es imposible porque el amor no existe.
Terminando de decir esto, se topó con un joven que cargaba un montón de maletas. El joven no la había visto, puesto que una enorme maleta le tapaba todo el rostro. Sally dio un tremendo golpe contra éste pobre; cayéndose todas las maletas encima de él. Ella angustiada, inmediatamente levantó algunas maletas para poderlo ayudar. -“Dios mío, pobre hombre espero que aún se encuentre vivo”- pensaba Sally viendo al joven que se había vuelto un estallido de quejidos. Abriendo los ojos el joven pudo distinguir apenas el rostro preocupado de aquella señorita que le preguntaba una y otra vez sí se encontraba bien. De pronto, como sí hubiera visto el rostro de un ángel, se levanto rápidamente; pareciera que hubiese olvidado los lamentos da hace rato como por arte de magia. Eso sí; tratando de conservar su compostura.
-Señorita, no se preocupe por estas pequeñeces.
“Pequeñeces” se decía para sí Sally al contemplar al loco joven atropellado por sus despistes. Pero un loco apuesto, ella también al contemplar su rostro quedó perpleja. Un joven médico; alto, delgado, distinguido, con mirada dulce y tierna. Nunca antes había sentido un contacto visual tan íntimo con otro hombre. Fue desde ahí que empezaron a salir y se dio inicio a la relación.
Sally aún se encontraba engolosinada viendo el carrusel, hasta que la volvió en sí la puerta de la tienda. Había entrado un joven muy elegante, que empezó a recorrer indiferentemente cada uno de los estantes; era obvio que no buscaba nada en particular, pero de repente aquel hombre dirigió la mirada al carrusel de plata, se encontraba maravillado por ése extravagante adorno. Para aparentar la misma indiferencia con la que entró a la tienda, caminó hacia el mostrador, enfrente estaba el carrusel sobre una mesita de madera de maple. Volviéndose hacia la joven le preguntó con cierta desesperación, disimulada, el precio de aquel carrusel; ella simplemente le respondió que no se encontraba a la venta. El hombre no muy convencido, le preguntó por qué tenía un objeto valioso en la tienda sino lo tenía a la venta. Ella le sonrió tranquilamente mientras agachaba la cabeza y respondió: “Es un regalo”. “Eso no es una buena razón para tenerlo ahí; además, sí es un regalo, no debería de tenerlo en cualquier sitio que no fuera la tienda de antigüedades-.” Bueno, eso era lo que pensaba él, como lo pensaría igualmente cualquier otro cliente que tuviera algún interés de comprarlo.
-Está bien señorita, lo entiendo. Es una pena que no lo tenga a la venta, puesto que resultaría de ello una buena ganancia.
Cortésmente, se inclinó como despedida, saliendo muy dignamente de la tienda.
Sally sabía que ése hombre regresaría algún día. Era un presentimiento muy fuerte, que la inquietaba desde su interior. “Ese hombre regresará, estoy segura. Es determinante y no desaparecerá hasta que le venda el carrusel”, pensó mientras recordaba la mirada fija de asombro de éste con el carrusel.
La mañana siguiente, muy temprano Sally se encontraba muy ocupada acomodando unas muñecas de porcelana en la repisa más alta; de pronto escuchó que alguien había abierto la puerta. Ahí estaba ese hombre otra vez; elegantemente vestido, mirándola fijamente, como un águila a su presa.
- Puedo servirlo en algo, señor…
-British, Nicholas British. – dijo-. ¿Me podría mostrar alguna bella reliquia que pudiera quedar en mi recibidor?
-Sí, claro. Vino al mejor lugar para eso. Aquí tenemos muchas que podrían ser de su agrado.
Nicholas no había hecho mucho caso a las reliquias que constantemente Sally le iba mostrando. Su atención se concentraba únicamente en la joven vendedora.
-Disculpe, no lo tome por atrevimiento, pero es usted una joven muy hermosa.
Efectivamente Sally lo era, aunque se vestía con cierto recato. Rubia, medianamente alta, complexión delgada. Una bella joven muy encantadora.
-Muchas gracias, señor. Pero creo que esa expresión no tiene nada que ver con lo que usted esta buscando en este momento.
Ciertamente tenia razón, esa expresión se encontraba fuera de lugar. Y más aún, viniendo de un hombre presumido, arrogante y ahora para ella un atrevido.
-Discúlpeme, no quería molestarla con esto. Muéstreme más reliquias.
Con cierto recelo fue a traerle un último objeto valioso; un bello reloj de cuerda. Sosteniéndolo en sus manos, Nicholas no resultaba muy convencido. Las muecas lo delataban más que cualquier otra cosa. De nuevo su atención se apegó furtivamente al plateado objeto; el carrusel. Dejando el reloj en el mostrador, se acerco a tocarlo, pero Sally se lo impidió. Nicholas con cierta duda por su inesperada acción; le preguntó acerca de ése carrusel, era sin duda un objeto muy valioso para impedir que un cliente lo tocará.
-Es un regalo de mi novio ¿sabe?.Y no puede tocarlo- le dijo rápidamente-. Me lo dejó como muestra de su regreso, tras partir a la ciudad en búsqueda de su padre. Representa la esperanza de nuestro reencuentro, y nos casaremos tan pronto regrese.
-Vaya, sí que tiene un significado muy especial. Un bello gesto de amor.
Cuando dijo esto, decidió despedirse de la joven. Ahora tomando su mano, y besándola. “Tal vez ahora que sabe la razón de lo importante que es para mi el carrusel, no insistirá de nuevo en comprarlo”- pensaba con cierto alivio Sally al contemplar la comprensión de Nicholas British.
Pero fue una aparente comprensión por parte de Nicholas, ya que no dejaría de ir a la tienda; hasta tener el carrusel en sus manos. Tendría que persuadir de cierta forma a la joven para conseguirlo.
A la mañana siguiente, Sally se dirigió muy temprano, como todas las mañanas a abrir la tienda. Muy a lo lejos pudo percibir que un hombre estaba sentado en una banquilla fuera de la tienda; como si estuviera esperando a alguien. Mientras iba avanzando, Sally lo pudo distinguir ya más de cerca, era Nicholas British. “¿Ahora qué querrá éste hombre”?, pensaba ya Sally, con cierto aire de fastidio. Nicholas se había levantado para saludarla y no queriendo desperdiciar el momento, la invitó a caminar a un parque que se encontraba por ahí cerca. Ella accedió solamente por cortesía y para ver si con eso, la pudiera dejar en paz.
El tiempo en que estuvieron juntos charlando en el parque, ya no le había parecido tan arrogante, si no al contrario, le pareció agradable hasta cierto punto. Los días pasaban y se hacia costumbre que Sally y Nicholas salieran a pasear al parque, antes de abrir la tienda. Se había entablado una amistad entre ellos. Sally ya no se sentía sola cuando estaba en la tienda, Nicholas se quedaba con ella todas las mañanas hasta que cerraba la tienda. Parecía que había olvidado el asunto del carrusel. Había pasado ya un mes y medio desde que ya no lo mencionaba mientras se encontraba con Sally. El tema del carrusel sin duda alguna, formó parte del pasado para ellos; ahora la plática se centraba en temas triviales de la vida diaria. Poco a poco se había creado un enlace de confianza mutua, hablando sobre sus vidas e incluso sobre el vestido que se compraría Sally para su boda.
Nicholas había cambiado radicalmente su intención de persuadir a Sally para conseguir el carrusel. El tiempo en que estuvieron juntos resulto lo bastante definitivo para haberse dado cuenta de que el carrusel no tenía un valor importante; sino una absurda ambición sin fundamento. La felicidad de Sally era ahora lo que le importaba; la felicidad de que ella se casara con Damian una vez que llegara a la ciudad.
Nicholas se encontraba pensativo, sentado en la banca de la tienda de antigüedades, eran ya más de las diez de la mañana y Sally no aparecía; era extraño puesto que ella abría la tienda antes de las ocho comúnmente. “¿Le pasaría algo a Sally?. Ella nunca llega tan tarde, jamás se lo permitiría así misma” pensaba Nicholas. De pronto, observó a lo lejos que venia corriendo muy torpemente Sally agarrando con una mano su vestido, mientras que en la otra traía una carta.
-“Oh, Nicholas. Soy tan feliz, en verdad que lo soy. Mañana mismo llega Damian a Bridgetown. ¡Mañana mismo!-dijo felizmente Sally, mientras le daba un beso y un abrazo exhaustivo a Nicholas.
-Mi dulce Sally, ahora podrás ser feliz con Damian. Tenlo siempre por seguro, la esperanza nunca muere.
Fueron pocas las veinte vueltas insistentes que dio Sally mientras esperaba en el mostrador de la tienda. Nicholas sólo se dedicaba a verla, anhelando también la llegada de Damian para que terminase con aquella escena de desesperación. Abriéndose la puerta, estaba ahí, el apuesto medico cargando en una sola mano la maleta y un saco. Sally se abalanzó hacia él, pudo al fin sentirlo entre sus brazos, besarlo con locura; ahí estaba su verdadero amor.
“Ahora es el momento en que tengo que dejarlos solos” pensaba Nicholas British acercándose a la puerta de la tienda. Sally apenas escuchó aquel sonido casi sordo de la puerta; le pidió a Nicholas que no se marchara, soltando a su amado, se dirigió a la mesita donde se encontraba el carrusel de plata, llevándoselo hasta sus manos.
-Toma, Nicholas. Ya no lo necesito más, es decir, ya no lo necesitamos.-Dijo Sally mirando con dulce sonrisa a Damian. Ya estamos juntos, Damian y yo. La esperanza se cumplió.
Entonces, Nicholas dejó rodar involuntariamente una pequeña lágrima sobre su rostro. Comprendió que era feliz viendo una esperanza hecha realidad, vislumbrando con alegría a su querida amiga con su vestido de bodas.
“Un carrusel de esperanza. Un carrusel de amistad".