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martes, 31 de agosto de 2010

La hora de las muñecas.

Hace mucho tiempo este pasatiempo era lo único que me mantenía conectada con un mundo diferente; ese mundo donde sólo me encontraba yo misma. Las muñecas tenían vida, cada una de ellas tenia una personalidad que sobresalía. Era por eso, que cada una tenia un trato especial de mi parte. ¡Vaya!… cada una tenia su nombre inigualable.
Jugar con ellas significaba vivir anécdotas graciosas, emocionantes, y a la vez tan cotidianas. Cada día surgía algo nuevo. Iba creando un diario mental con ellas. Eran mis mejores amigas, mis cómplices. Dormía con cada una, cada noche y las mantenía al tanto de lo que me ocurría  en mi día. Aunque nunca tuve la casa de muñecas y supe adecuar un librero para eso, nunca me privo para imaginarlo como una mansión, por eso, dada mi imaginación, duraba horas y horas jugando. Nunca me aburría, aún cuando mi madre me regañara a veces por no hacer caso.
            Toda mi niñez fue estar con muñecas, hasta los trece años. Pero, después de la graduación de la secundaria, jamás volvía a verlas, debido a una mudanza de hogar. Me preguntan ¿sí las extraño?, Cómo no extrañarlas, era mi forma de expresión, mi voz. Con ellas podía decir y hacer cualquier cosa, como si hubieran sido una extensión de ; mi refugio y consuelo a la vez. Y sí, las extraño tanto. Desearía tenerlas de nuevo, aunque sólo las tuviera como un recuerdo de mi niñez solitaria.
       Mis muñecas, las queridas. Las siempre queridas.


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